¡Llega la navidad! ¡Ya llega Papa Noel! ¡Hay que poner el árbol, los adornos navideños y comprar los regalos! Es la reacción de las costumbres modernas. El verdadero mensaje de la navidad ha cambiado de manera monstruosa… Mientras más grande el árbol y más voluptuosos se vean los regalos ya envueltos, más alegría en el corazón de las familias… Aparentemente. Sin duda alguna, el consumismo ciega a las familias, haciéndolas participes de una navidad como cualquier otra, con nuevas cosas y sin embargo, con los mismos corazones.
El dar un regalo prudente no tiene nada de malo y desde un punto de visto cristiano, el sentido de la costumbre de dar regalos, sería la representación de la espera por algo significativo, por algo que se ha estado esperando durante todo el año; cayendo entonces en una ansiosa espera, algo así como embriagarse de impaciencia de ya tenerlo (mucho más en los niños y en los jóvenes). Lo verdaderamente significativo es la venida del que nos salvó hace más de dos mil años (porque volverá a venir) y de preparar nuestros corazones para su llegada.
El consumismo se ha convertido en un serio problema porque limita a las personas a ver lo que en verdad quieren para sus vidas, que podría ser más que la casa, el gran carro, etc. Y debido a poder sostener esto, no pueden ser muchos hijos en la familia. Y así, cada vez más, alejándose de la misión que tienen para la vida.